Miedo fue el que sentí el día antes de ir al instituto por primera vez. Yo me veía demasiado pequeña al lado de todos esos grandes y la verdad, tenía ganas de llorar; creo que lo hice. Pero al fin y al cabo, solo fue ese día, un 14 de septiembre.
Mi clase de 1º de ESO fue 1ºE, una clase en la que había unos cuantos repetidores a los que por aquel momento veía como algo terrorífico. Verdaderamente, algunos lo eran, pero otros eran personas normales y corrientes.
Al profesor de matemáticas lo llamábamos "el pelo Pantene", por su pelo liso, rubio y largo. Las matemáticas no me gustaban, como nunca antes me habían gustado, pero aquel era buen profesor. Mi tutor daba inglés y plástica, no se si era por su físico por lo que todos los niños nos callábamos en sus clases. Él mismo notaba esa especie de miedo y repitió "¡que no me voy a comer a nadie!" no se cuantas veces. Lola me dio lengua sólo en primero, pero fue una de mis mejores profesoras y seguro que hoy en día lo sigue siendo. Un poco hippie, divertida y liberal. María López me dio clase dos años y fue la única profesora que consiguió mi interés por la asignatura de historia en todo mi recorrido por el instituto.
2º de ESO fue bastante parecido, aunque fue el primer año que nos dio clase de lengua Isabel, el primero de cuatro y tres de ellos sin parar de traducir latín y griego...
3º de ESO era en la ESO como 2º BACH en Bachiller, el supuesto curso intermedio en el que las notas solían bajar mucho. Aunque a mi me fue más o menos como siempre, recuerdo que la competencia académica entre ciertas personas, vigente a día de hoy, empezó justo en aquel momento. Más aún en las clases de lengua, cuando la profesora, que disfrutaba de ese ambiente competitivo, mandaba redacciones. Yo simplemente daba pequeñas sorpresas cuando quería.
4º supongo que ha sido el mejor curso, el más divertido con diferencia además de realizar el viaje de estudios. Las clases de matemáticas "fáciles" con Luisa no las cambio por ninguna otra. Ella, una mujer muy buena pero también muy especial, se desesperaba todos los días con nosotros porque allí cada uno iba a su bola y al final, te llevabas tu 8 en las notas.
También fue el segundo curso que mi padre me dio clase de E. Física. Aunque esas dos horas de deporte nunca perdieron su faceta surrealista, yo ya me sentía como en mi casa.