A Teresa Adriana la recuerdo como a una mujer bastante extravagante. Pertenecía al grupo de los profesores empeñados en diferenciar el sonido entre la b y la v, algo que siempre me pareció muy extraño. Pero más extraña era su manía que nos acompañó dos años: si dibujabas un árbol, debías perfilar la silueta del tronco de marrón oscuro y rellenarlo con marrón claro y así con todos los objetos posibles. Tal era su obsesión que me la contagió; debo de tener guardados decenas de dibujos realizados con su técnica artística.
Mi preferida era Maribel, la de inglés, que tenía sus manías pero se las guardaba para ella misma, era la más liberal.
Estaba muy loca, bailaba y cantaba a destiempo y eso
me encantaba, pocos maestros consiguen hacer su asignatura amena y divertida para los niños. Además era inglés, que desde aquél momento me atrajo.
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