martes, 20 de enero de 2015

Viajando...



Aunque nunca he tenido problemas de visión, supongo que viajar es algo así como ponerse lentillas. Una limpieza de cuerpo y alma, una rehabilitación.

Cuando paseaba por aquellas calles de aquel país sentía alegría y a la vez rabia. Rabia por ser consciente de que fuera de mi hábitat existía algo mucho mejor. Pero inmediatamente, ese pensamiento negativo se esfumaba de mi mente porque era el momento de disfrutar. Allí sí notaba que los días existían y que eran totalmente diferentes unos de otros; mi estado de ánimo se columpiaba a su ritmo. En algún momento creí que iba a quedarme allí durante mucho tiempo, estaba en mi lugar, como nunca antes había sentido. Mis ojos veían más claro, quizás porque la atmósfera estaba demasiado limpia o tal vez porque ellos mismos me agradecían cambiar de aires. Yo misma me sentía diferente y llegué a olvidar momentáneamente lo que dejé atrás.

Además, fijándome en los bellísimos paisajes que me rodeaban descubrí una sensación nueva para mí, pero ya conocida por personajes célebres, algo llamado "la experiencia de lo sublime". Kant utiliza dos ejemplos arquitectónicos para ilustrar esta experiencia: las pirámides de Giza y la basílica de San Pedro en Roma. Según este, al contemplarlos, la imaginación alcanza su máximo y en el esfuerzo por ampliarlo, se hunde de nuevo en sí mismo, lo que produce una satisfacción emocional en movimiento. Un paisaje tan bonito que abruma. Suiza fue el escenario de lo ocurrido, y un día capturé esta imagen desde mi ventana.
Eso es lo que siento cuando viajo, y al escribirlo, me doy cuenta de que todo lo bueno se acaba. Pero siempre vuelve.



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